Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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Observaciones en torno a la génesis teórica de los Grupos Operativos, por Roberto Manero Brito


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Observaciones en torno a la génesis teórica de los grupos operativos

 Dr. Roberto Manero Brito[1]

 

Resumen

La práctica de los grupos operativos, especialmente en procesos de enseñanza-aprendizaje, ha requerido de discusiones, adaptaciones y actualizaciones de su corpus teórico. Si bien es una corriente inspirada en el Psicoanálisis, pronto sus referentes teóricos se fueron enriqueciendo con aportes generados desde otras corrientes de la Psicología Social, en incluso desde otras disciplinas.

Actualmente, las prácticas y características de los grupos que encontramos en el ámbito de la docencia universitaria obligan a reflexionar en torno a los referentes sociales y psicosociales de su práctica. Teóricos como Deleuze y Guattari, Foucault, Agamben y Castoriadis, desde el Psicoanálisis, la Psicología Social, la Sociología y la Filosofía política, nos ayudan a reflexionar y a actualizar no sólo los referentes, sino también las diferentes expresiones del proyecto de Psicología Social que desde sus orígenes han portado los Grupos Operativos.

Introducción

El interés de este artículo radica en la actualización de la discusión alrededor de los referentes del campo de análisis o del corpus teórico de los Grupos Operativos. Hablar de los Grupos Operativos no hace referencia únicamente a una técnica de trabajo psicológico con pequeños grupos, sino que también apunta al desarrollo de una tendencia en Psicología Social, que ha tenido diversas orientaciones y denominaciones a lo largo de su historia: Psicología Social Alternativa, Psicología Social Analítica, etc.

Esta temática se nos ha impuesto a partir de la práctica docente y pedagógica realizada por un equipo de profesores[2] agrupados en el Área de Concentración en Psicología Social[3] del programa de Licenciatura en Psicología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, así como en la Maestría en Psicología Social de Grupos e Instituciones de la misma unidad universitaria.[4]

El tema fundamental del que parten nuestras reflexiones tiene que ver con aspectos de nuestra práctica docente. Estamos lejos de las interrogantes de hace algunas décadas, donde nos planteábamos la posibilidad de implantar el método de los Grupos Operativos en instituciones universitarias. Algunas cuestiones técnicas parecerían oponerse a esta idea. Actualmente, este tipo de trabajo sólo se realiza en instituciones, la mayor parte de ellas académicas y universitarias.

Otros cuestionamientos que nos hacíamos tenían que ver con el tipo de devoluciones, señalamientos e interpretaciones que realizábamos en los grupos. El tipo que conceptos que utilizábamos, ¿estaban suficientemente sustentados en alguna teoría de los grupos? Las discusiones que derivaban de estos cuestionamientos fueron muy ricas, y también interminables.

Actualmente seguimos preguntándonos desde dónde realizamos la observación y consiguientemente nuestra intervención pedagógica en los grupos en los que trabajamos. Los desarrollos conceptuales, las nuevas interferencias en los planos teóricos y analíticos, la incorporación de perspectivas que anteriormente resultaba difícil introducir en el campo práctico de los grupos nos lleva a intentar realizar un trabajo de articulación teórica de algunas nociones y problemáticas que hemos encontrado en el campo.

Desde hace tiempo, la práctica de los Grupos Operativos es más bien escasa. En México son pocos los lugares y los especialistas que aún trabajan desde este método. Poco a poco, se ha tendido a confundir las formas singulares de nuestra actividad en una denominación genérica de trabajo grupal, que puede contener cualquier cosa: desde grupos focales para investigaciones,[5] grupos de reflexión, grupos terapéuticos, hasta grupos centrados en aspectos específicos en psicoterapias Gestalt.

En otros lugares, especialmente en Argentina y en España, hemos encontrado desarrollos interesantísimos sobre aspectos teóricos que sustentan la práctica de los grupos operativos. Así, hemos observado la introducción de concepciones de corte lacaniano, que vienen de la mano con análisis de Deleuze y Guattari, desarrollos sobre el concepto y los aspectos imaginarios de los grupos, inspirados en las categorías de Castoriadis, etc. Es claro que no somos los únicos en estar buscando en estas vías.

Tanto los Grupos Operativos como la Psicología Social que los sustenta han perdido el brillo y el prestigio que tenían. Problemáticas difíciles, críticas agudas sobre sus presupuestos teóricos, cuestionamientos sobre su proyecto, todos esos aspectos desalentaron a muchos especialistas e investigadores, que no quisieron seguir el camino largo y difícil de trabajar a fondo las cuestiones que se iban presentando. No obstante, la práctica cotidiana de esta Psicología Social, actualizada en lo que hemos denominado Psicología Social de Intervención (Casanova, M.P., Manero, R., y Reygadas, R., Ene-Abril 1996), nos muestra la actualidad de las problemáticas que releva esta práctica, así como sus múltiples posibilidades de descentramiento y transformación. Asimismo, como instrumento pedagógico, esta herramienta grupal resulta insustituible como posibilidad de generar procesos de formación críticos.

Desde hace algún tiempo, los referentes para pensar diversos procesos sociales, las protestas y los levantamientos populares, fenómenos como la violencia y la crueldad, etc., han derivado del pensamiento de autores que genéricamente podemos denominar posmodernos, especialmente del pensamiento de uno de sus más grandes y lúcidos representantes, que es Michel Foucault. Junto con Deleuze, los planteamientos de Foucault alrededor del tema del dispositivo, de una concepción de sociedad que pudiera rebasar los impasses del marxismo instituido, se convirtieron en el referente general para la interpretación de la sociedad. El trabajo en los grupos también sufriría esta influencia. Al lado de las concepciones psicoanalíticas sobre la sociedad (a las que Foucault de ninguna manera adhería), van apareciendo las referencias a las sociedades de vigilancia y de control, en una especie de sucesión a la que hacen referencia tanto Agamben (2011) como Byung Chul Han (2014). Es casi como una forma paralela de considerar la historia: de las sociedades dominadas por el Soberano, a las Sociedades de Vigilancia y de allí a las de Control. Cada una con sus aspectos singulares.

Esta historia paralela, historia del poder en las relaciones sociales, se convierte en el contexto desde el cual se piensan los textos grupales, esas discursividades que emanan de los grupos y cuyo sentido es inestable en virtud de la polisemia que se constituye en la dimensión simbólica de su actuar. Contextualizar así los grupos no es una decisión inocente. Lourau planteaba que debemos entender la teoría como parte del dispositivo. Así, el dispositivo de intervención supone entonces un concepto, el sujeto, que sobredetermina en un sentido la percepción del coordinador. ¿Qué sucede cuando el señalamiento está subtendido por una concepción específica del biopoder? ¿Cómo podemos pensar los grupos a partir de una noción del deseo centrado en la falta? ¿Son los imaginarios grupales una expresión de aquello que Castoriadis criticaba como una concepción especular del imaginario? ¿Es el imaginario grupal una expresión de eso que podría aparecer como núcleos o sedes de creación?

En esta comunicación, intentamos acercarnos un poco a esta problemática. El grupo y las prácticas grupales serían, entonces, el contexto en el que desenvolveríamos, de manera aún muy incipiente, las cuestiones que se relevan.

Génesis de los Grupos Operativos

El proyecto de los Grupos Operativos y la Psicología Social que los sustenta se generó en Argentina, durante los años 50 del siglo pasado. Se reconoce a Enrique Pichon-Rivière como el fundador de esta corriente. Pichon-Rivière fue el eje fundamental en la implantación del proyecto psicoanalítico en Argentina, fundador y líder indiscutible de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Pensador y psicoanalista sumamente crítico en torno a la condición y la enseñanza de la Psiquiatría en su país, la huella de su obra no quedó únicamente en sus libros, sino también en la serie de instituciones que se generaron a partir de su trabajo, lo que podríamos llamar su obra institucional (Manero, 2007).

Los Grupos Operativos surgieron casi accidentalmente, en una coyuntura política difícil. En el transcurso de una huelga en el Hospital de las Mercedes, donde trabajaba como jefe de servicio del pabellón de adolescentes, Pichon-Rivière tuvo la necesidad de habilitar a algunos pacientes (los menos desadaptados) para atender a los demás. También tuvo que capacitar personal de enfermería para el trato con los pacientes psiquiátricos. Fue allí donde se traba una relación que Bauleo insistiría como origen común de los Grupos Operativos con el Análisis Institucional: tanto unos como otros tienen su génesis en la interferencia entre la educación y la terapia.[6]

Pero no se trató simplemente de una puesta a punto de un dispositivo pedagógico en contexto hospitalario. Uno de los elementos centrales del dispositivo fue el tipo de lectura que hacía Pichon de lo que sucedía en el grupo. Los obstáculos para la comunicación con los pacientes, los efectos del trabajo en los participantes y en la coordinación, todo eso fue objeto de la aguda mirada y escucha de Pichon. Éste se sorprendía de la capacidad que tenían tanto los pacientes como los enfermeros para aprender no únicamente los aspectos prácticos de los cuidados, sino también las cuestiones conceptuales que era necesario comprender. Pichon entendió que la experiencia acumulada por las prácticas cotidianas de enfermeros y pacientes era un motor y un reducto fundamental para el aprendizaje. El propio grupo se constituía como un ámbito de experiencias desde las cuales el aprendizaje era de otra calidad.

Con el paso del tiempo, Pichon tuvo que descolocarse en torno al mismo Psicoanálisis. Su cercanía al pensamiento kleiniano así como a los trabajos de Bion, lo lanzó a la aventura de la exploración de los procesos grupales y a su teorización. Se fue formulando de esta manera una teoría que no era sólo de los grupos, sino de la subjetividad. La Psicología Social que se planteaba de esta manera era un espacio de articulación: debía dar cuenta de las relaciones entre la estructura social y la estructura psíquica. Esto suponía el replanteamiento de algunas cuestiones del propio Psicoanálisis, pero no sólo eso. También debería tomar posición en torno a las teorías sobre lo social. Así, esta relación estaría pensada en la articulación entre Psicoanálisis y Marxismo, como esos continentes teóricos que darían cuenta de la estructura psíquica y estructura social.

En un primer momento, el proyecto de los Grupos Operativos no tenía una colocación muy clara en torno a las formas instituidas de prácticas grupales e institucionales. Bleger hacía la crítica de las formas tradicionales de colocación del psicólogo en las instituciones, especialmente las de salud. Sin embargo, su propuesta alrededor del psicólogo de la institución, alrededor de la psicoprofilaxis y del especialista como agente de cambio social aún no tenían la radicalidad que adquirirían unos años después (Bleger, 1984).

Sería hasta el surgimiento de poderosos analizadores de la sociedad argentina y del Psicoanálisis hacia fines de los años 60, que los Grupos Operativos irían construyendo prácticas más claras en sus dimensiones políticas, así como planteamientos teóricos mucho más dirigidos a una crítica radical de las sociedades capitalistas. Los golpes de Estado vividos en Argentina en aquella época, las críticas a los posicionamientos políticos de la institución psicoanalítica, así como la experimentación de un proyecto de Psicoanálisis Social, permitieron a los Grupos Operativos mostrar un potencial de transformación y de crítica a las formas instituidas, que los convirtieron en un símbolo de una Psicología Social crítica y transformadora.

Se experimentó el trabajo grupal en intervenciones institucionales y comunitarias, en la construcción de alternativas psiquiátricas y de servicios sociales. Los Grupos Operativos fueron también uno de los espacios que permitieron el cuestionamiento de la colocación del especialista en los procesos de intervención. Se hicieron explícitas las concepciones críticas en torno a la sociedad y en torno al sujeto alienado, al sujeto sujetado. El Psicoanálisis al que los Grupos Operativos se referían era ya también un Psicoanálisis tocado por las crisis sociales. Un Psicoanálisis crítico, capaz de romper con muchos tabúes y estereotipos (que fueron, algunos de ellos, magistralmente expuestos por Marie Langer), como por ejemplo, el dinero (Langer, M., Palacio, J. del, Guinsberg, E., 1981). Se mostró que era posible practicar el psicoanálisis sin el cobro, que era posible hacer un psicoanálisis grupal, que no era necesario ser médico para acceder a la formación psicoanalítica, etc.

El golpe de Estado de 1976, trajo como consecuencia una dictadura muy cruel, que tenía una singularidad: utilizó de forma sistemática los recursos de la Psicología para el ejercicio de la represión. Esto fue denunciado por psicoanalistas argentinos en el exilio, muchos de ellos practicantes de los Grupos Operativos. Al interior de Argentina, a la par que se prohibía la reunión en grupos (ya que el trabajo en grupo se consideraba potencialmente subversivo), florecía el pensamiento lacaniano. Quedaron muchos psicólogos y psicoanalistas que enfrentaron como pudieron la represión. Otros muchos emigraron a diversos países, México entre ellos.

La diáspora de los psicólogos argentinos produjo un reacomodo del proyecto de los Grupos Operativos. En España y en Italia, por ejemplo, esta tendencia suavizó la retórica revolucionaria que los caracterizaba en Sudamérica. No obstante, el trabajo grupal fue muy importante para los procesos de desinstitucionalización y generación de alternativas a la psiquiatría tradicional. Las nuevas estructuras psiquiátricas españolas, así como las formas alternativas que se sucederían después de la aprobación de la Ley Basaglia, tuvieron alguna influencia de los trabajos que se realizaron desde la perspectiva de los Grupos Operativos, así como del Psicoanálisis Social derivado de las experiencias argentinas.

En México y en otros países latinoamericanos, la inserción de los Grupos Operativos en universidades dio como resultado la generación de tendencias críticas a las psicologías oficiales instituidas, que se fueron constituyendo como verdaderas escuelas, que fueron parte del conjunto de perspectivas críticas que reorientaron las profesiones psi, y que permitieron una experimentación inédita en diversos campos y espacios sociales. Intervenciones comunitarias, teatro popular, trabajos de intervención preventiva, casas de medio camino, intervenciones institucionales, grupos autogestivos, toda esta panoplia de experiencias se dio en el contexto en el que los Grupos Operativos se reinventaban.

Así, en este período, los Grupos Operativos se constituyeron en un instrumento de movilización, que permitía un trabajo reflexivo sobre la sociedad, sus contradicciones, así como de las formas de alienación del sujeto y de los grupos.

El cuestionamiento del estatuto del intelectual y de las formas tradicionales de organización de los movimientos, la crítica a las formas del saber y el ejercicio del poder desde los saberes especializados, la profundización de la crítica a partir del análisis de las implicaciones del practicante en el campo social impactó fuertemente las condiciones de ejercicio del trabajo en los grupos operativos, especialmente en lo que toca a la función de la coordinación como parte descentrada del grupo.

En general, la crítica de la interpretación como obturación de la polisemia a partir del especialista, el descrédito del saber intelectual en los movimientos y movilizaciones sociales, y de la colocación jerárquica de los intelectuales en los procesos de crítica y revolución social, trajo consigo también la decadencia de la práctica de los pequeños grupos de orientación analítica. Su ámbito de pertinencia poco a poco se redujo, de manera que hasta los pequeños grupos terapéuticos fueron desapareciendo.[7] La colocación tradicional del intelectual crítico, así como la práctica de modelos que pudiesen parecer jerárquicos fueron fuertemente criticadas, y en su lugar aparecieron otros métodos de intervención[8] y de investigación.[9] Estos otros modelos y métodos estarían caracterizados no sólo por la extrema vigilancia en torno a la colocación y la acción del interviniente o investigador en el campo, sino también por la intención de perturbar lo menos posible el campo en el que se interviene.[10]

En ese contexto estuvo a punto de extinguirse la práctica de los grupos operativos. Junto con ellos, la crítica a sus concepciones centrales, a su corpus teórico también se realizó, aunque hemos de reconocer que no con la profundidad y el rigor que era deseable. En ese punto, las nuevas modas intelectuales hicieron su trabajo, e intentaron desaparecerlos a partir de ignorarlos, de enviarlos al museo de las teorías rebasadas.

Actualmente somos pocos los que continuamos practicando este método. En nuestra experiencia, el potencial crítico de los Grupos Operativos está aún presente, en una colocación específica de los entramados institucionales. Lo que es claro es que es necesario incorporar otros elementos teóricos, otras perspectivas que permitan replantearse la lente con la que observamos los grupos.

La interferencia de la problemática del analizador y el deseo. Guattari.

Durante mucho tiempo, las concepciones de Félix Guattari sobre la transversalidad y los grupos sujeto fueron fuertemente inspiradoras sobre el marco práctico en el que realizábamos nuestras intervenciones, la mayor parte de ellas pedagógicas. Uno de los elementos que orientaban las prácticas de los Grupos Operativos había sido enunciado por Bauleo. Éste planteaba que los Grupos Operativos suponían una descolocación frente a lo instituido, frente al mundo alienado tal cual se nos presentaba (Bauleo, 1977, p. 71). Este planteamiento de la práctica grupal nunca fue conceptualizado a profundidad. Pareció, en su momento, más un llamado militante que una invitación a la reflexión.

La descolocación frente a lo instituido suponía, pues, una reflexión alrededor del panorama de la demanda desde la cual podía plantearse el trabajo en grupos. El tema de la demanda resultó ser muy problemático. El modelo institucional de los grupos operativos había sido calcado del psicoanálisis: constituía una práctica privada, en la que los participantes demandaban de manera individual su incorporación a un grupo con una tarea específica.

Este modelo fue muy criticable desde muchos puntos de vista. En primer lugar, porque prácticamente no existió. El psicoanálisis argentino siempre estuvo muy articulado con la práctica institucional[11]: Pichon, fundador de la APA, fue un psiquiatra reconocido y dirigió varios servicios psiquiátricos públicos. En no mucho tiempo, la psiquiatría organicista fue desplazada en Argentina por el Psicoanálisis. Las críticas al ejercicio de psicoterapias psicoanalíticas en situación institucional fueron rebasadas por la práctica institucional de miles de psicoanalistas y psicoterapeutas analíticamente orientados. Por su parte, los Grupos Operativos habían tenido por cuna el pabellón psiquiátrico de un hospital público, el más importante de Buenos Aires.[12]

De esta manera, el trabajo de los grupos operativos, para evitar su institucionalización como equivalente de cualquier forma pedagógica alienante, debería no solamente operar, sino también conceptualizar su descolocación frente a lo instituido.

En un primer momento, el llamado al Análisis Institucional en su tendencia socioanalítica[13], permitió la conceptualización de los procesos institucionales más allá de las aporías de la Psicología y el Análisis Organizacional. La institución como proceso, como momento de síntesis de fuerzas instituyentes y formas instituidas como polos contradictorios de una dialéctica institucional, permitía pensar de alguna manera aquello que estaba afuera de la “piel del grupo”, como en algún momento Anzieu la habría llamado. Así, las concepciones de Lourau, pero sobre todo las de Lapassade, permitían pensar al grupo como un momento particular de la institución, y de allí su potencialidad instituyente.

No obstante, y Lapassade mismo lo reconocía, la instancia instituyente del grupo era meramente imaginaria (fantasmática) (Lapassade, G. y René Lourau, 1981, p. 196). Con esto se planteaba un fuerte problema en torno a las potencialidades de los grupos operativos. Si efectivamente su capacidad instituyente, su capacidad de crear nuevas formas, de practicar la crítica, de asumir, como Bauleo lo planteaba, supuestos de sentido contrario a los de la ideología dominante, era meramente imaginaria[14], entonces la estructura del grupo no podría jamás ir más allá de una simulación, si no de un simulacro. El como si grupal se extendería como una estructura de impostura.

Los planteamientos prácticos del socioanálisis, la generación de asambleas generales socioanalíticas como método de trabajo en la cotidianidad de la práctica pedagógica resultaron ser poco aplicables. Asimismo, los trabajos de las diversas líneas de la Pedagogía Institucional nos resultaban insuficientes y de difícil adaptación a nuestras condiciones institucionales. Hasta ese momento, más allá de las pedagogías institucionales ya rebasadas, no se había estructurado lo que posteriormente pudo plantearse como una pedagogía socioanalítica.

Volverse instituyentes, devenir instituyentes, fue la consigna durante mucho tiempo en la práctica de los grupos operativos en la UAMX. Esta práctica suponía formas instituidas a las que el dispositivo grupal estaría destinado a perturbar. No se trataba únicamente del modelo napoleónico en la educación. Los Grupos Operativos estaban destinados, también, a combatir las formas institucionalizadas, y por tanto equivalentes, del sistema modular.[15]

Además de la problemática de los métodos planteados por el Socioanálisis, estuvo también presente el rechazo al tipo de conceptualización grupal que refería dicho método. Desde el período de la Pedagogía Institucional, Lobrot y Lapassade, y en menor medida Lourau, habían abrazado los planteamientos de Carl Rogers en torno a los grupos, especialmente a través de la idea de la no-directividad. El contenido político del concepto en Francia, hacia el final de los años 60, estaba muy cercano de la idea movilizadora, planteada desde la extrema izquierda y los libertarios, de la autogestión.

En México, y especialmente para nosotros, la idea de la no-directividad era un invento norteamericano, “gringo”, que ocultaba las dimensiones políticas de los procesos autogestivos. Así, a pesar de que el Análisis Institucional ofrecía un marco conceptual suficiente para pensar lo que sucedía fuera del grupo, sus conceptualizaciones sobre dicho objeto nos eran más o menos repulsivas.

En este período, el trabajar en los grupos suponía una perspectiva, un proyecto, en el cual la descolocación frente a lo instituido, la posibilidad de ejercer el trabajo de intervención y análisis grupal, necesariamente tenía en el horizonte la potencialidad autogestiva de los grupos. Ante la pregunta (planteada posteriormente por Bauleo en Italia, en el Centro Internacional de Investigación en Psicología Social y Grupal) sobre el concepto de cambio que predominaba en el grupo coordinador, nosotros teníamos claramente planteada una respuesta que apuntaba a la dimensión política: la expresión del cambio en el grupo estaba relacionada con sus procesos hacia la autogestión.[16] Lo que en Francia era complementario: autogestión y no-directividad, para nosotros era completamente contradictorio: la no-directividad era el ocultamiento de la dimensión política de la autogestión.[17]

Ahora bien, ¿cómo pensar al grupo en este contexto? ¿Cómo pensar los contextos en los que el grupo debía desenvolverse? ¿Cuál sería, en todo caso, la apuesta que como coordinadores deberíamos tener en el grupo, en función de nuestra propia colocación en la institución?

Estas preguntas nos dirigieron a los planteamientos de Guattari alrededor de los grupos.

Efectivamente, en su libro Psicoanálisis y transversalidad, Guattari toma una conceptualización de los grupos derivada de su trabajo en el hospital de La Borde, en el centro de Francia. Allí Guattari realizó observaciones sobre los grupos (en esta ocasión no eran sólo los grupos encuadrados desde algún dispositivo o método, o los grupos terapéuticos; se trataba también de las formaciones grupales que aparecían espontáneamente en las instituciones). Trabajó mucho sobre el fantasma o fantasía del grupo desde el Psicoanálisis (como lo había hecho Anzieu, pero desde una comprensión diferente del propio Psicoanálisis). Guattari había sido uno de los primeros discípulos no-médicos de Lacan, y en un momento dado se volvió su favorito (Dosse, 2007), (Guattari, 1976).

El planteamiento de Guattari respecto de los grupos, en un primer momento, estaba referido de manera primordial a su relación con la estructura institucional. Así, la idea de los grupos objeto y los grupos sujeto jugaba básicamente en relación al concepto de transversalidad. Concepto difícil de aprehender: la transversalidad sugería no únicamente la multiplicidad de pertenencias y referencias de los miembros de un grupo, que rompía su unidad y homogeneidad aparente y fantaseada, sino que también se refería a un proceso de elucidación de su colocación en la institución: transversalidad, por oposición a la verticalidad jerárquica y a la horizontalidad indiscriminada y fantasiosa. El índice de transversalidad de un grupo jugaba con la posibilidad de representarse no como una totalidad, representarse como un grupo abierto a la realidad, atravesado por el “afuera”, un grupo que podría romper su fantasía de unidad y omnipotencia.

El grupo sujeto, en síntesis, había logrado un índice de transversalidad que lo descolocaba en relación a las figuras alienadas del grupo objeto 1 (jerárquico) o 2 (libidinal, horizontal, negador). Esta descolocación permitía pensar también, desde los Grupos Operativos, la posibilidad de una lectura que no solamente constatara los mecanismos de alienación que se juegan en el grupo, sino también las posibilidades de intervenir en un sentido de lograr mayor autonomía o, en palabras del mismo Guattari, de hacerse sujetos de su propia enunciación, de enunciar su propia norma.

¿Cómo sería posible el tránsito del grupo objeto al grupo sujeto? Los planteamientos de Guattari al respecto no son muy claros. Asumir la muerte del grupo, asumir su finitud, desinvestir la fantasía o fantasma del grupo, para asumir su palabra plena. Tal era, pues, la indicación. ¿Cómo se hace eso?

En el planteamiento esquizoanalítico, esta problemática está fuertemente ligada al análisis institucional.[18] El sentido del análisis institucional está anclado en las posibilidades de surgimiento de los analizadores. El concepto de analizador en la perspectiva de Guattari está ligado a la posibilidad de otorgar otros significados, otras lecturas, a las situaciones presentes. Eso es posible por la descolocación del analizador. Se produce una vacuola institucional que permite construir de manera distinta la realidad.

El concepto de análisis en esta perspectiva no es el de una actividad estrictamente intelectual. Es la acción del analizador en la institución que produce otros saberes, otros conocimientos, otros discursos. No descubre nada, produce nuevas interpretaciones y nuevas lecturas, produce otra sociedad (resignifica).

El tema de la producción es fundamental en esta perspectiva. Si bien Guattari nos remite a Marx en torno a la producción, lo hace en función de un principio fundamental: debemos dejar de separar al hombre, a la humanidad y la naturaleza. Hombre y naturaleza son uno:

De suerte que todo es producción: producciones de producciones, de acciones y de pasiones; producciones de registros, de distribuciones y de anotaciones; producciones de consumos, de voluptuosidades, de angustias y de dolores. De tal modo todo es producción que los registros son inmediatamente consumidos, consumados, y los consumos directamente reproducidos…

Hombre y naturaleza no son como dos términos uno frente al otro, incluso y tomados en una relación de causa, de comprensión o de expresión (causa-efecto, sujeto-objeto, etc.). Son una y única realidad esencial del productor y del producto. La producción como proceso desborda todas las categorías ideales y forma un ciclo que remite al deseo en tanto que principio inmanente… (Deleuze, G. y F. Guattari, 1985, pp. 13-14)

El concepto de deseo es central en el planteamiento de Guattari. Para este autor, a diferencia del concepto lacaniano, el deseo no surge ni se sustenta en ninguna falta. No podemos confundir al deseo con la necesidad. El deseo no se produce desde la carencia, no es necesidad. El deseo es lo que produce la carencia, el deseo es producción en el sentido fuerte del término:

Si el deseo produce, produce lo real. Si el deseo es productor, sólo puede serlo en realidad, y de realidad. El deseo es este conjunto de síntesis pasivas que maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción. De ahí se desprende lo real, es el resultado de las síntesis pasivas del deseo como autoproducción del inconsciente. El deseo no carece de nada, no carece de objeto…

No es el deseo el que se apoya sobre las necesidades, sino al contrario, son las necesidades las que se derivan del deseo: son contraproductos en lo real que el deseo produce… (Ibíd., págs. 33-34).

El proceso de análisis, en el planteamiento guattariano, se fue desplazando del grupo-sujeto hacia los agenciamientos colectivos de enunciación. Es decir, que Guattari pronto reconocerá que el grupo-sujeto no puede ser una estructura sino quizás un evento más bien fugaz. Es un grupo que, en un momento dado, pudo permitirse la emergencia del deseo, en tanto producción de una realidad, y no repetición o contraproducción de lo real. Se convierte así en esa vacuola institucional analítica, un grupo, en todo caso, más autónomo.

Pero el mismo Guattari, en este desplazamiento hacia los agenciamientos colectivos de enunciación, implica el fracaso de toda intervención. No podemos producir o promover esa emergencia del deseo, sería una contradicción en los términos. En todo caso podemos producir la elucidación o el análisis de las condiciones de nuestra propia alienación, de nuestra heteronomía, de nuestra enajenación en lo instituido. Pero entre dicha elucidación y la acción analítica del agenciamiento, hay un vacío irremediable. La acción fantaseada a partir de la descolocación frente a lo instituido que promueven los Grupos Operativos, seguía sin un corpus conceptual sólido que la orientara.

Los dispositivos y la subjetividad

Diversos problemas surgieron en la intervención pedagógica. Los mismos Grupos Operativos, con una falta de orientación en torno a los conceptos sociológicos o socioanalíticos e institucionales, fueron objeto de un proceso de institucionalización, en el sentido fuerte, lourauniano, del término. Su vocación analítica fue sustituida por una razón funcional. Así, era necesario hacerlos utilizables por los programas instituidos en la universidad. Poco a poco se fue generando una serie de técnicas específicas inspiradas en ese método: la entrevista grupal, entre otras.

La instrumentalización de los Grupos Operativos se realizó al mismo tiempo que la retórica revolucionaria perdía su eficacia y su prestigio. En España y en Francia, la revolución dejaba de ser una palabra fuerte, un mito movilizador. En México, la Psicología Social que sostenía la práctica de los Grupos Operativos se había encerrado en la crítica a objetos que habían perdido su vigencia. El interés más explícito era el de incorporarse en los procesos institucionales de los que participaban.

Así, hubo una contestación del dispositivo grupal desde dos perspectivas: por un lado, desde el Psicoanálisis, que reclamaba la imposibilidad de ir más allá en la elaboración de los conceptos del grupo. El grupo, como objeto gnoseológico, debía ser abandonado.

Por otro lado, desde la perspectiva del Análisis Institucional, los dispositivos grupales tenían tres cuestiones discutibles: en su institucionalización, la práctica de los grupos operativos ocultaba las dimensiones políticas de su contexto; se constituían como ejercicio del grupismo, es decir, el trabajo grupal centrado en el grupo en tanto entidad cerrada; a su vez que su conceptualización e interpretación eran grupalistas, es decir, que extendían un campo de análisis compuesto exclusivamente de conceptos procedentes de la práctica grupal al campo social. Habría que plantear que, en su institucionalización, hubo también transformaciones de la práctica grupal. Su descolocación frente a lo instituido perdió importancia, frente a su aspecto funcional e instrumental, es decir, como medio de realización de tareas que eran francamente heterónomas.

Durante ese lapso, el descrédito del marxismo como teoría de la sociedad permitió la emergencia de otras teorías, que suministrarían a la práctica grupal la conceptualización necesaria sobre los procesos sociales, de manera que se estabilizara el sentido de la operación con los grupos.

Asimismo, hubo otro elemento que incidió en los planteamientos de los Grupos Operativos. La caída del Muro de Berlín, el derrumbe de los países del Este, trajo consigo también el derrumbe de las ideologías inspiradas en el marxismo, cuestión que tuvo efectos en cadena importantísimos. Los movimientos sociales, las utopías revolucionarias, las organizaciones políticas se encontraron entonces en un vacío de sentido que fue acompañado, según Castoriadis, por un deslizamiento general al conformismo (Castoriadis, Le monde morcelé. Les carrefours du labyrinthe III., 1990).

En ese contexto, las políticas neoliberales que habían sido instituidas desde binomio Thatcher-Reagan tuvieron un campo propicio donde extenderse. Estas formas impactaron en las ya bastante dañadas economías de los países en desarrollo y dependientes. Pero hubo otros efectos, menos espectaculares, pero igualmente profundos. Las tendencias al individualismo, las secuelas de las dictaduras en los países del cono sur, con gobiernos democráticos o pseudodemocráticos muy débiles, generaron efectos en el tipo de sociabilidad desde la cual se trabajaban los Grupos Operativos.

Ana Pampliega, cabeza visible de la escuela pichoniana, planteaba que los efectos en la sociabilidad eran más profundos con las políticas neoliberales que con la dictadura[19]… El individualismo triunfante del neoliberalismo impactó muchos ámbitos. Desde los aspectos teóricos y metodológicos, entre los cuales perdió el impulso del trabajo realizado sobre las teorías de la organización revolucionaria, al mismo tiempo que se ponía en boga el individualismo metodológico, hasta la posibilidad y el deseo de trabajar en grupo, las posibilidades prácticas de realizar grupos operativos a partir de su proyecto inicial se fueron reduciendo significativamente.

En ese contexto surgieron marcos explicativos tanto de la tendencia conformista y de la sumisión voluntaria a los nuevos poderes, como de la desmovilización que se había producido a partir del fracaso de la revolución. El pensamiento posmoderno, las teorías que anunciaban el fin de la Historia, el fin de la Filosofía, el fin del sujeto se pusieron de moda. Las revoluciones y revueltas, que desde el 68 habían anunciado, y a veces ocasionado grandes y profundos cambios en la sociedad, se vieron reducidas a simples ensoñaciones colectivas que se hacían sobre el fondo de leyes inmutables de la humanidad, empezando por la oferta y la demanda.

En poco tiempo, las instituciones sociales sufrieron intensas transformaciones. Poco a poco, los gobernantes dejaron de gobernar y empezaron a administrar; las instituciones educativas generaron formas de evaluación que se centraban en la eficiencia terminal, más que en los contenidos cualitativos de la educación. El mundo se volvió una gran metáfora de la empresa.

En ese contexto, sin embargo, generaron fuerte impacto algunas teorías muy coherentes e interesantes, tales como la teoría de Foucault acerca del poder. La influencia de esta teoría en las Ciencias Sociales es innegable, e inspiró sin duda alguna muchas de las ideas renovadoras del corpus conceptual de los Grupos Operativos. Sus trabajos sobre el origen de la clínica, la historia de la locura, la historia de las formas de castigo, que remiten a una economía del poder, fueron fuertemente inspiradores para la caracterización de las huellas que marcan las formas actuales de la subjetividad.

No obstante, uno de los conceptos más importantes como aporte para la Psicología Social fue el de dispositivo. Foucault y Deleuze producen un concepto de dispositivo paralelo y complementario (Deleuze, 1999).

Algunos de sus críticos y comentaristas decían que la noción de dispositivo en Foucault tuvo que ver con sus resistencias para hablar del Estado y las instituciones. Prefirió hablar de dispositivos que se fueron construyendo históricamente, siguiendo el hilo de la forma que tomaban las relaciones de poder. El poder aparece entonces como una instancia ubicua, presente en cualquier tipo de relación. No es un atributo de las relaciones, no las califica. El poder origina dichas relaciones, las construye.

La noción de dispositivo, como una forma histórica de arreglo de las relaciones en función de la evolución de una economía del poder, permitió romper el cerco en el que el concepto de subjetividad se encontraba encerrado. La subjetividad dejó los límites de la filosofía, salió del ámbito de las diversas psicologías, y a través de esta concepción pudo incorporarse en otras Ciencias Sociales: Sociología, Antropología, e incluso la Economía. Evidentemente, la Psicología Social podría encontrar en el planteamiento de los dispositivos de poder un conjunto de investigaciones y reflexiones desde los cuales enriquecería sus propios conceptos.

Al lado del concepto de dispositivo, y como resultado del mismo, aparecería otro que cuestionaría fuertemente los planteamientos del lugar epistemológico, así como el mismo proyecto teórico y conceptual de los Grupos Operativos. Me refiero al concepto de subjetivación. Este concepto, en su elucidación de procesos sociales diversos, fue haciendo innecesario el concurso de la Psicología y del Psicoanálisis para la comprensión del proceso de producción y configuración del sujeto en tanto sujeto social. La subjetivación de diversos dispositivos, desde los dispositivos de las sociedades soberanas hasta los de vigilancia y control, permitía pensar la evolución de la figura del sujeto (Agamben, 2011).

El tema de la subjetivación permitió, en opinión de algunos autores, prescindir tanto del grupo como de las instituciones como figuras para la comprensión del sujeto en las sociedades. Así, se hizo parecer que el objeto grupo debía pasar a ser un objeto de museo, una reliquia de las Ciencias Sociales.

Con la subjetivación, surgieron nuevas problemáticas comunes a diversas disciplinas sociales. Así, por ejemplo, la ciencia política debía preguntarse si la subjetivación, si la producción de los sujetos sociales debía suponer una identificación o, al contrario, como lo planteara Rancière, la subjetivación supondría procesos de desidentificación (Rancière).

El mismo concepto de dispositivo, fue reelaborado por otros autores, especialmente Agamben. Para Agamben, de franca filiación foucaultiana, el concepto de dispositivo no debería estar limitado a esas grandes formaciones social-históricas que planteaba Foucault. Al contrario, habría una infinidad de dispositivos menores que operan en la vida cotidiana. Esos dispositivos (que a pesar de su paralelismo, no deberíamos confundir con las instituciones) supondrían también procesos de subjetivación. Por ello, el individuo atravesaría por una infinidad de conversiones subjetivas, que definirían y explicarían de alguna manera lo que sucede en la actualidad con las identidades (Agamben, 2011).

De la concepción de dispositivo, así como de la evolución de la economía del poder, surge entonces una definición de momentos en el proceso histórico que podrían delimitarse con cierta precisión. Aparecerían, en principio, las sociedades en las que el poder lo ejerce fundamentalmente el soberano. Son las sociedades esclavistas y también serviles. La lógica del dispositivo opera básicamente alrededor de los polos del siervo y el Soberano.

A esta sociedad, se sucedería otra, que es la sociedad de vigilancia. Se economiza el poder y el castigo, al mismo tiempo que se produce un dispositivo que permite la introyección de la disciplina como garantía del ejercicio de un poder invisibilizado.

Por último, en la sociedad de control se logra la conformación de un sujeto que no está sujetado desde una disciplina incorporada, sino que ha sido completamente enajenado del propósito o de la intención de sus actos, de su voluntad, un sujeto que ya no delibera. Es el sujeto que desea lo que el poder requiere; esto es, la máxima economía del poder.

El poder entonces es un poder individualizado, que actúa eficaz y eficientemente a nivel de los mismos individuos. En sus últimas etapas de vida, Foucault habló del bio-poder, como la forma más actual del ejercicio del poder. A la figura tradicional del poder, concebida como el derecho del Soberano de dar la muerte, se sustituyen la gestión de los recursos humanos, de los cuales se debe garantizar el control de sus procesos vitales. Del derecho a dar la muerte al control de la vida, es el argumento del bio-poder.

Los planteamientos foucaultianos indudablemente también fueron incorporados en algunos momentos por las reflexiones sobre el grupo. La naturaleza de los vínculos no tenía, entonces, tanto que ver con la dinámica de la ambivalencia, con las estructuras de la relación. Los vínculos deberían verse también como las formas que el Poder producía al interior de los grupos. Este poder podría operar directamente, estructurando las relaciones de liderazgo o con la coordinación más allá de los planteamientos del método, o también a través de la mediación de procesos de subjetivación que producían a los sujetos del neoliberalismo. En este sentido, los grupos serían el lugar a través del cual podría observarse casi in vitro los procesos de subjetivación, la alienación en los dispositivos, la formación de los sujetos del poder.

De la producción a la creación. El planteamiento de Castoriadis

Los planteamientos post-estructuralistas y posmodernos, tales como los de Foucault y de Agamben, fueron severamente discutidos desde otras perspectivas, especialmente marxistas y posmarxistas.

Por una parte, se discutió un concepto de poder o de bio-poder que era ubicuo, que estaba permanentemente presente, que era un concepto teórica y metodológicamente insostenible. El bio-poder sería como Dios, que está en todas partes y en ninguna…

Sin embargo, la crítica quizás más radical sería aquélla que sitúa el pensamiento foucaultiano como un pensamiento neo-conservador.


Castoriadis se refirió una vez a las ideas de Foucault sobre el poder y la oposición a éste, como "Resistid si eso os divierte, pero sin una estrategia, porque entonces ya no seréis más proletarios, sino poder". El propio activismo de Foucault ha intentado encarnar el sueño empirista de una teoría -y una ideología- libre de teoría, la del "intelectual específico" que participa en luchas limitadas, particulares. Esta táctica considera a la teoría sólo en su uso concreto, como un maletín de herramientas ad hoc para campañas específicas. Sin embargo, a despecho de sus buenas intenciones, la circunscripción de la teoría a una serie de "herramientas" inconexas y perecederas no sólo rechaza una concepción general explícita de la sociedad, sino que también acepta la división general del trabajo que está en el corazón de la alienación y la dominación. El deseo de respetar las diferencias, el saber particular y demás rechaza la sobrevaluada tendencia totalitaria y reductiva de la teoría, pero sólo para aceptar la atomización del capitalismo avanzado con su fragmentación de la vida en las estrechas especialidades que son el ámbito de tantos expertos. Si "estamos atrapados entre la arrogancia de analizar el todo y la timidez de inspeccionar sus partes", como señalara adecuadamente Rebecca Comay, ¿de qué modo la segunda alternativa (la de Foucault) representa un avance sobre el reformismo liberal en general? Esta parece ser una cuestión especialmente pertinente cuando se recuerda hasta qué punto la empresa total de Foucault estuvo orientada a desengañarnos de las ilusiones de los reformadores humanistas a lo largo de la historia. De hecho, el "intelectual específico" viene a ser un intelectual más experto, un intelectual más liberal que ataca problemas específicos antes que la raíz de éstos. Y al contemplar el contenido de su activismo, que se desarrolló principalmente en el campo de la reforma penal, la orientación es casi demasiado tibia como para calificarla incluso de liberal. (Zerzan, 2012).

En lo que concierne el trabajo grupal, el problema no se detiene en el aspecto desmovilizador del planteamiento foucaultiano, sino sobre todo en ese borramiento del sujeto que trae consigo el planteamiento. Las posibilidades de generar grupos, de generar alternativas y descolocaciones frente a lo instituido, de inicio es neutralizada como una pendiente fatal a la institucionalización o, en su caso, a la lógica de poderes que de inicio el grupo rechazaba.

La renuncia a la práctica de trabajo grupal por muchos especialistas debe considerarse la expresión de un fenómeno más amplio, que ha sido la renuncia, por parte de muchos militantes y también miembros de movimientos a establecer estrategias, a lograr los desarrollos institucionales y organizacionales que permitan hacer frente a las estrategias del Estado y las formas neoliberales.[20]

Un impulso importante al trabajo grupal también se desarrolló a partir de las perspectivas castoridianas. Sabemos que, a pesar de la comprensión del Psicoanálisis, Castoriadis nunca estuvo muy interesado por la práctica de los pequeños grupos. No conozco que hubiese realizado comentarios sobre los trabajos de las diferentes líneas que se desarrollaron en Francia o en el extranjero, aunque debemos presumir que conocía los trabajos de Anzieu, de Kaës, de Ardoino,[21] y de otra cantidad importante de practicantes del trabajo grupal.

Evidentemente no se trataba de uno de sus focos de interés. Y esto se daba por partida doble, dada su desconfianza por los productos universitarios,[22] o de los desarrollos francamente posmodernos de Guattari. Castoriadis no compartía las tesis de Deleuze y Guattari, cuya obra consideraba poco fundamentada y llena de equívocos e imprecisiones (Castoriadis, Le monde morcelé. Les carrefours du labyrinthe III., 1990), (Castoriadis, Les divertisseurs, 1977).

Uno de los aspectos centrales en los que difería era la consideración del concepto de producción. Como expusimos más arriba, la cuestión de la producción en Guattari es central, es un concepto clave en su concepción del deseo y del sujeto.

Para Castoriadis, sin embargo, el ámbito de la producción es el ámbito de la simple multiplicación, de la homogeneidad, de la diferencia que no reconoce la alteridad. La producción aparecería, en cierto punto, como negación de la alteridad y de la creación.

A la producción, Castoriadis opondría la creación, que también es un tema toral en su obra. A pesar de muchas críticas que se le dirigieron (que respondía en el estilo sobrio y contundente que le caracterizaba), sostuvo la idea de la creación como un elemento clave en las sociedades.

La creación es creación de formas nuevas, es creación de algo que no existía, y que se nos opone como alteridad.

Otro es el grado de dificultad cuando se trata del imaginario social instituyente. Levantamos los hombros frente a la idea de un campo de creación social histórica. Pero fingiremos aceptar -aunque o porque no entendemos nada- la “explicación” de los físicos de la luz como propagación de una vibración electromagnética en el vacío, vibración de nada que vibre, propagación de ninguna cosa en la no-cosa. La idea de que existieran “sedes” de creación en todo colectivo humano, más exactamente que todo colectivo humano sería tal sede, que estaría sumergida en un campo de creación que la englobara, incluyendo los contactos y las interacciones entre los campos particulares pero no reductible a éstos, esta idea parece inaceptable, si no absurda” (Castoriadis, Imagination, imaginaire, réflexion, 1997, p. 264).[23]

Alteridad, autonomía, creación, serían elementos orientadores en el trabajo grupal. Este campo conceptual tendría las posibilidades de establecer finalidades suficientemente argumentadas y articuladas. El reconocimiento de las clausuras del grupo, de los impensables, como en algún momento los llamó Bauleo, seguirían siendo cuestiones para trabajar en los grupos.

Sin embargo, en el contexto de los grupos universitarios con los que trabajamos, devolver al grupo su creación, el reconocimiento de su capacidad autónoma de crear sus propias formas, así como de alienarse a esa creación, podría considerarse una tarea que, a pesar de lo cansada y tediosa que resulta en ocasiones, sigue valiendo la pena en el trabajo de formación.

El trabajo de inspiración castoridiano en los grupos, de cualquier manera, sigue dejando varios interrogantes: ¿cómo son esas “sedes” de creación? ¿Existe alguna forma de intervenir a favor de la autonomía?

Seguramente hay muchas formas de trabajar sobre esas preguntas. El trabajo en grupos, con grupos, puede ser una, no la única. Quizás una de sus virtudes sea la posibilidad de pasar por la experiencia para acercarnos a los aprendizajes, a las posibilidades de desear y buscar una sociedad más autónoma.

 

Bibliografía

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Bleger, J. (1984). Psicohigiene y psicología institucional (4a. reimpresión ed.). Buenos Aires: Paidós.

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Castoriadis, C. (1997). Imagination, imaginaire, réflexion. Dans C. Castoriadis, Faite et à faire. Les carrefours du labyrinthe V. (p. 284). Paris: Éditions du Seuil.

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Langer, M., Palacio, J. del, Guinsberg, E. (1981). Memoria, historia y diálogo psicoanalítico. México: Folios ediciones.

Lapassade, G. y René Lourau. (1981). Claves de la Sociología (3a ed.). Barcelona: Laia.

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Manero, R., García, F. y Falleti, V. (2014). Es la última clase... Tengo que llegar temprano. Experiencias grupales en el sistema de enseñanza modular de la licenciatura en Psicología de la UAMX. Parte II. Área 3. Cuadernos de temas grupales e institucionales .

Manero, R; García, F. y Falleti, V. (2013). Es la última clase... Tengo que llegar temprano. Experiencias grupales en el sistema de enseñanza modular de la licenciatura en Psicología de la UAMX. Parte I. Área 3. Cuadernos de temas grupales e institucionales.

Rancière, J. (n.d.). Política, indentificación y subjetivación.

Zerzan, J. (2012). La catástrofe del posmodernismo. Antropos moderno (http://antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=737). Consultado el 20/09/2016 .

 


 

[1] Profesor-investigador del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. México.

[2] Además del que esto firma, se encuentran Valeria Falleti, Fernando García y Rafael Reygadas. Quienes hemos desarrollado las cuestiones alrededor de los grupos operativos somos Valeria Falleti, Fernando García y Roberto Manero.

[3] Que corresponde al último año de la formación de psicólogos sociales en la UAMX.

[4] Sobre nuestra práctica docente con los grupos, puede consultarse: (Manero, R; García, F. y Falleti, V., 2013) (Manero, R., García, F. y Falleti, V, 2014) (García, Fernando y Roberto Manero, 2012).

[5] Que pueden ir desde investigaciones sobre aspectos de género hasta investigaciones para el mercadeo…

[6] El dispositivo socioanalítico efectivamente reconoce, entre sus fuentes, la pedagogía institucional y la psicoterapia institucional. Esas dos corrientes fueron el crisol desde el cual se acuñaron buena parte de los conceptos y de las prácticas que definirían el proyecto socioanalítico. La declaración de Bauleo fue realizada en el Seminario de Análisis Institucional, Departamento de Ciencias de la Educación, Universidad de Paris VIII (St. Denis), en 1985.

[7] No obstante, en ese mismo contexto surgieron experimentaciones con grandes grupos, prácticamente masas, llamados Grupos Mamut.

[8] Mucho más “suaves”, menos disruptivos.

[9] Como la observación participante.

[10] Los trabajos de Ana María Fernández y su equipo en torno a los cacerolazos y las asambleas barriales en Argentina muestran con toda nitidez la mudanza metodológica que tuvo lugar (Fernández, Ana María et al., 2006).

[11] Entendida ésta como práctica en instituciones públicas, versus la práctica privada. Evidentemente la práctica privada es también institucional. Sin embargo, estamos utilizando el calificativo en su sentido más frecuente, como práctica en instituciones públicas y no como práctica privada.

[12] En esta ponencia no tengo el espacio para trabajar el problema de la demanda en los grupos operativos. Únicamente lo dejo enunciado para contextualizar el llamado a las concepciones esquizoanalíticas del grupo como auxiliar en el corpus conceptual de los Grupos Operativos.

[13] Cuyo concepto de institución retoma explícitamente de Castoriadis la tensión entre lo instituyente y lo instituido.

[14] El término aquí se toma en su significado más común: lo imaginario confrontado con lo real. Sería un concepto más cercano al concepto marxista de ideología. Imaginario sería, en sentido más estricto, falsa consciencia. En el texto citado, Lapassade se refiere a esta instancia como una instancia fantasmática, fantasiosa. Así, la cuestión instituyente del grupo nos remite básicamente a la fantasía. Debería, entonces, desarrollarse un trabajo en torno a estas fantasías más o menos particulares de los grupos, o más generales, como las utopías, en términos de su papel en las formas y movimientos instituyentes.

[15] En algún momento, Bauleo señaló la enorme confusión que dicha situación podría traer a los grupos: estarían envueltos en tal cantidad de tareas y finalidades que el momento confusional sería difícil de superar… (Comunicación personal).

[16] No abundaré más sobre este concepto. Solamente quiero indicar, con Lourau, que estaba más relacionado con las luchas anarquistas y libertarias de los 60s y 70s, que con el management y la gestión organizacional. Estaba planteado como un concepto directamente político.

[17] Bauleo decía que si el Socioanálisis colocaba la autogestión al principio en su dispositivo, los Grupos Operativos la encontraban al final del proceso grupal. (Comunicación personal).

[18] Guattari se reclamaba como autor de esa denominación: Análisis Institucional. También Lapassade la reclamaba para sí.

[19] Comunicación personal.

[20] Muchos movimientos sociales en México, Los Estados Unidos, España, Argentina, Francia, Grecia, Italia, etc., están inspirados en esa lógica. Muestran su enorme capacidad crítica, pero también sus grandes limitaciones en torno a la posibilidad de transformar las formas instituidas.

[21] Quien lo entrevistó para un número de la revista de la Universidad de Paris VIII.

[22] Lapassade y Lobrot, practicantes de la autogestión pedagógica y la pedagogía institucional, formaron parte del grupo Socialismo o Barbarie en algún momento de su vida.

[23] La traducción es mía. RM

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